Alexander Tolstoi
Testimonio recogido por Susana Pereyra Iraola
La Nación - 11.01.04
Me preguntan siempre lo que siento al ser descendiente de Leon Tolstoi -dijo su bisnieto en perfecto castellano-. Debo confesar que tanto de niño como de adolescente, no me gustaba llamarme Tolstoi. Me parecía que no existía, y que el único Tolstoi que interesaba a la gente era el escritor. Su sombra, su carisma, su gloria, me sofocaban, y lo único a que aspiraba era a ser como los demás. Pero un día, cuando ya había hecho mi vida y era muy conocido en mi profesión, la pesca deportiva, me encontré con un periodista. Me preguntó: ¿Se llama usted Tolstoi? Sí, le contesté. ¿Usted es el gran pescador?, me dijo entonces. A partir de ese momento, tuve mucho orgullo de llevar el nombre. Ahora, con la edad, me acerco cada vez más a mis orígenes, y me siento cada vez más ruso.
Evidentemente no conocí a mi bisabuelo, pero se hablaba tanto de él en la familia que creo haberlo conocido siempre.
No les voy a hablar de la obra literaria de mi bisabuelo, sino del hombre que era. Para hacerles entender mejor su personalidad, tenemos que sumergirnos un poco en la historia de la familia desde su principio.
Desde 1353 tenemos informaciones exactas sobre lo que ocurrió en la familia durante casi siete siglos. Los factores que caracterizaron siempre a los Tolstoi fueron espíritu de clan: se apoyaban entre ellos, y han representado una fuerza en la historia rusa. Amor por las mujeres. Fuerza hercúlea: Leon era capaz de levantar 80 kg con una sola mano. Tendencia al salvajismo y a la excentricidad. Una asombrosa longevidad y una vitalidad fuera de lo común.
Los orígenes de la familia se remontan al siglo XIV. En 1353, Indriss, conde alemán del Santo Imperio Romano-Germánico, deja su país a la cabeza de 3000 hombres para combatir en Lituania. Algunos años después, va a Rusia y se establece en Chernigov, al sudoeste de Moscú. Allí se bautiza ortodoxo junto a sus dos hijos, toma el nombre de Leonti también para sus hijos, Fiodor y Constantin. Este último dio nacimiento a la dinastía Tolstoi.
Un aristócrata
Leon Tolstoi fue siempre muy consciente de lo que debía a su familia y los ancestros. Se comportaba y pensaba como aristócrata. De joven tenía predilección por los signos exteriores de la nobleza. Es entonces un dandy perfecto, se viste con un gran cuello de piel de castor y usa sombrero y guantes. Ama la aristocracia y a los paisanos, y al revés de Chéjov, detesta a la clase media. La crisis mística que enfrenta a los cincuenta años va a cambiar radicalmente esta manera de ver.
Es también un hombre extremadamente valiente. Lo prueba durante la guerra contra los turcos en Constantinopla, luego en el Cáucaso, donde escribe la novela Los cosacos. En este maravilloso cuento está revelado el problema crucial que se le plantea: ¿cómo conciliar los gustos de un aristócrata sofisticado con los de aquellos admirables cosacos, espontáneos y simples, que llevan una vida natural bajo la grandeza de las montañas nevadas? Natural, palabra maestra en la boca de Tolstoi, que resume la búsqueda de su vida.
Es valiente porque no vacila en oponerse a la más alta autoridad del Estado, el zar, que considera como su igual. Cuando le escribe, le dice Mi hermano."
Se opone a la injusticia hasta recurrir a las armas para defenderla. Lucha también por la emancipación de los siervos, que ocurre bajo el reinado de Alejandro II, en 1861.
Una vida singular
Leon Tolstoi nace el 28 de agosto de 1828. Su padre se llama Nicolás y su madre, María.
Su madre, nacida princesa Volkonski, ha aportado como dote una propiedad: la de Iasnaia Poliana, que en ruso quiere decir llanura luminosa. Es allí donde nace Tolstoi, vive gran parte de la vida y escribe sus máximas obras (La guerra y la paz, Ana Karenina). Iasnaia Poliana quedó igual que el día de su muerte. Objetos en el mismo lugar, mesa puesta, ropa en los armarios, caballeriza con caballos árabes.
Iasnaia Poliana, visitada diariamente por 300 personas, es dirigida por mi sobrino, Volodia. Hoy, todas las propiedades pertenecen al Estado ruso. Pero le toca a Volodia encargarse de reunir los fondos necesarios para el mantenimiento del museo.
Leon es famoso en el mundo literario desde los 26 años. Gana mucho dinero y logra comprar de nuevo parte de la propiedad que ha perdido en el juego. Ambiciona inventar una religión práctica que no daría la beatitud en el cielo, sino en la tierra. Más tarde, desechará su fe ortodoxa así como todas las otras religiones, que considera que, por ser demasiado exclusivas, son más fuente de división que de fraternidad. Al aceptar la guerra, la pena de muerte, la injusticia, la pobreza, la enfermedad y la muerte, la religión desmiente en la práctica lo que en la doctrina predica. Más tarde, Leon será excomulgado por la Iglesia por haber intentado escribir los Evangelios a su manera. Sin embargo, no perderá su fe en Dios. Su modelo de pensamiento, y con el cual se identifica, es el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau.
Tolstoi admira a Dickens y a la literatura inglesa y estadounidense en general, sobre todo La cabaña del tío Tom, pero, extrañamente, detesta a Goethe y a Shakespeare.
Sus inclinaciones sexuales son muy fuertes, y cosa curiosa, lo soporta muy mal. Pero, al mismo tiempo, no puede evitar buscar favores de las jóvenes campesinas, de las gitanas y de las prostitutas de su pueblo. El acto sexual lo hace sentir culpable y lo disgusta como un acto repudiable. Sueña con el amor de una joven pura, que se convierta en la compañera de su vida.
Finalmente, este hombre va a terminar por casarse. A pesar de que se considera espantosamente feo. Sin embargo, es un personaje extraordinariamente carismático. Tiene ojos grises y una mirada penetrante, capaz de hipnotizar a cualquier individuo que se le enfrenta. Sonreía poco, quizá por los dientes que le faltan: no se le conoce ningún retrato sonriendo.
La mujer que elige es muy joven. Es hija de su vecino, el doctor Behrs, de origen alemán. Se llama Sofía y no llega a los 20 años. Es una mujer extraordinaria en todos los sentidos. Da a Leon trece hijos, toma el mando de la casa con gran habilidad, se encarga de su correspondencia, corrige y escribe a máquina sus manuscritos. Rescribió siete veces La guerra y la paz.
Cuando habían mediado tres cuartas partes de su vida, bajo la maléfica influencia de Chertkov, uno de sus discípulos (no confundir con Chéjov), Leon empieza a distanciarse de su mujer, reprochándole la vida aristocrática que lleva; el sacrificio que le impone es intolerable, porque es muy injusto. Le quita todos sus derechos, hasta los literarios, y deja a su muerte un testamento cruel. Deshereda a su mujer y a sus hijos, ofreciendo su obra a la humanidad. La vida que impone Leon a su familia al final de la vida es un verdadero infierno. No tiene lugar más que para Dios, la gente simple, sus discípulos y su escritura.
El miedo a la muerte lo alucina. Escribe: Cuando estoy en una situación en la que no sé qué hacer, me pregunto, ¿qué haría si muriera mañana?
Su obra maestra La muerte de Ivan Illitch es tan fuerte, tan real, que después de esta novela ningún escritor podrá escribir sobre la muerte sin dar la impresión de copiar a Tolstoi.
También él piensa a menudo en el suicidio, ya que la respuesta al significado de la vida le es totalmente desconocida.
Aspira cada vez más a despojarse. Se pone a trabajar con los campesinos, siega y trabaja la tierra, confecciona su calzado y botas. Usa una blusa blanca o gris que le llega a las rodillas. No se corta más el cabello ni la barba, y es vegetariano. Funda una escuela e inventa una nueva pedagogía. Los niños del pueblo lo adoran. Con un maestro así, los chicos estudian con asiduidad y placer, y los resultados son mucho mejores que en otros lados.
En contra de todo movimiento político, condena sectas engendradas por su doctrina. Dice: No hay ni secta ni doctrina tolstoiana. Hay una sola enseñanza: la fe en Dios.
Hay que destacar que Tolstoi predicaba la no violencia (Gandhi se inspiró en él para crear su teoría) y no hubiera estado jamás de acuerdo con las consecuencias del marxismo, es decir, el comunismo, cuyo régimen se edificó sobre la mentira, la violencia y la sangre.
Pero un día deja su casa para siempre. En el amanecer del 28 de octubre de 1910, cuando el invierno está ya instalado y el campo completamente nevado, confía a su hija menor (tía Sacha) su propósito de irse definitivamente, hace enganchar la troika y, después de haber dejado una nota a su mujer, sale a escondidas de Iasnaia Poliana. No puedo seguir viviendo en el lujo -escribe-, y hago lo que los viejos de mi edad hacen generalmente, abandonar el mundo para vivir sus últimos momentos en la soledad y el silencio. Te agradezco los 48 años de vida honesta que has pasado conmigo, y te ruego me perdones todo el mal que te he hecho como yo te perdono el que me has hecho tú.
El fugitivo golpea a la puerta del convento donde se retiró su hermana María, la única compañera aún viva de la idílica época que cuenta en su libro Infancia. Luego, enterado de que Sofía y sus hijos lo buscan, toma el tren con la intención de establecerse en el soleado Cáucaso y reencontrarse con los caucasianos libres de su juventud. Es acompañado por su médico y su hija menor. El tren marcha lentamente hacia el Sur, pero Leon se enferma: ¡una neumonía! Bajan en Astapovo, una pequeña estación cuyo jefe le ofrece su cuarto. Tiene fiebre, su corazón bate irregularmente, tiene fuertísimos dolores de cabeza y una ardiente sed.
La agonía dura una semana. En una de sus últimas frases Tolstoi dice, con un tono severo, elevándose de la cama: Recuerden esto: hay mucha gente en el mundo además de Leon Nikolaievitch y ustedes no hacen más que pensar en él. Y agrega: Los campesinos, ¿cómo mueren los campesinos? Me voy... no pueden detenerme... ¡Déjenme solo!
Poco antes del fin, llama a su hijo mayor, Sergio, que recibe sus últimas palabras: La verdad, la quise tanto... todos...
Tolstoi muere el 7 de noviembre 1910, a los 82 años. Está enterrado en Iasnaia Poliana, en un claro, en aquel lugar donde su hermano Nicolás escondió durante su juventud el pequeño palo verde, talismán del amor, la armonía y la felicidad eternas.
Coloso siempre presente, su sombra nos acompaña y nos protege. Lejos de haber sido su muerte un paso definitivo e irreversible, sigue recorriendo el valle de los hombres, como un poderoso torrente dispensador de fuerza y consuelo.
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"Esta Carta de Noticias fue editada por Roberto J. Jakobsen"
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Escrito por Martín a las 3 de Agosto 2004 a las 12:44 PM